El gran elefante blanco que todos deberíamos estar mirando
Cada vez es más difícil ignorar que el sistema educativo que conocemos se ha quedado corto para preparar a la próxima generación de líderes del planeta. La pandemia por COVID-19 hizo aún más evidente la urgencia de que las instituciones educativas cuenten con las herramientas y las metodologías adecuadas para preparar a los más pequeños ante un futuro difícil de predecir; paralelamente, mientras los niños tomaron clases desde sus hogares durante casi dos años, hubo una suerte de epifanía colectiva sobre nuestro involucramiento en el tema. En este sentido, desde Pertanto nos preguntamos: ¿Cuáles son las corrientes pedagógicas que mejor se amoldan a la era de la información? Si los niños son el futuro, ¿por qué seguimos preparándolos con herramientas del pasado?, ¿Qué retos enfrentan los educadores ante este sistema? Y ¿Qué rol juegan la sociedad civil y el Estado en la formación de los niños del siglo XXI?
“La tecnología y los avances en el acceso a la información cambian a un ritmo mucho más acelerado que el de los sistemas educativos”.
Eduardo Quintero, curador Pertanto
Lo que hoy conocemos como institución académica “tradicional”, fue concebida durante la revolución industrial, aplicando la noción de masificación a la enseñanza y utilizando las calificaciones como medida de estandarización del aprendizaje; por ende, haciendo a un lado una característica fundamental del ser humano: su individualidad. La conversación sobre repensar el sistema educativo a la luz de los cambios tecnológicos, económicos y socioculturales globales no es nueva, se remonta a finales del siglo XIX, cuando pedagogos, activistas e interesados en la infancia y sus procesos de aprendizaje perseguían una “nueva educación”.
A principios del siglo XX aparecieron las corrientes o pedagogías “alternativas”, entendidas como aquellas que se salían de lo acostumbrado, las cuales han continuado evolucionando y proliferando hasta el presente. En su libro “Las pedagogías alternativas: Montessori, Freinet, Decroly, Steiner y otras corrientes que revolucionaron la educación”, el autor y profesor francés Sylvain Wagnon enlista algunas de las características que –a grandes rasgos– tienen en común estas corrientes pedagógicas del siglo XX y XXI:
- Privilegian la educación por encima de la instrucción, prefiriendo la transmisión de valores a la transmisión únicamente de conocimientos.
- Prestan atención a todas las facetas del niño. Los pedagogos de la “nueva educación” ya hablaban de la “educación integral”, que considera el cuerpo, lo mental y las emociones.
- Respetan al niño como tal, no como adulto miniatura, escuchan sus intereses, necesidades y ritmos de aprendizaje.
- Ponen en tela de duda la jerarquía entre disciplinas escolares, revalorizando la creatividad, el afecto, lo corporal, lo manual y lo intelectual.
- Entienden al educador como “entrenador”, y no un simple emisor de saberes, capaz de estimular la curiosidad y el interés.
- Consideran que su objetivo no es la acumulación de conocimientos, sino actividades basadas en la necesidad del niño de actuar, manipular, interrogarse, probar, imaginar, etc.
- Promueven al docente como miembro de un equipo que comparte reflexiones y posturas sobre la pedagogía del plantel.
- Evalúan en base a los logros y aptitudes de forma continua, para que el niño aprenda de sus errores.
- Crean espacios propicios para el aprendizaje, permitiendo el desplazamiento, la interacción, experimentación y documentación.
A pesar de la cantidad de evidencia y documentación sobre los beneficios psicosociales y académicos que presentan las pedagogías “alternativas” mencionadas, en la mayoría del mundo se continúa utilizando el sistema basado en memorización, tanto en las escuelas públicas como en los colegios privados. Para la Doctora en Neurociencias Cognitivas y Psicóloga panameña, Emelyn Sánchez, el primer paso para repensar la educación y hacer cambios sustanciales es aclarar un concepto fundamental: “Es urgente desligar el aprendizaje, como proceso humano, de la escuela como institución. Por ejemplo, a ti te puede no gustar la escuela, pero no te puede no gustar aprender, porque siempre estás aprendiendo. Todos los días, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, nos enfrentamos a situaciones nuevas que pueden generar aprendizajes cortos o a largo plazo”.
Si los seres humanos todo el tiempo estamos aprendiendo, y los niños en edad escolar pasan la mayor parte del día en un salón de clases memorizando lo que el sistema académico ha decidido que tienen que aprender, “es ahí donde hay una ruptura entre los estímulos que necesitan los cerebros de los niños del presente y el modelo educativo establecido hace tanto tiempo. Estos ‘nuevos cerebros’ se han creado y aprendido en una sociedad completamente diferente, responden a otras necesidades muy distintas para adaptarse al entorno”, continuó Sánchez.
Esta desconexión entre lo que un día sirvió para escolarizar a una sociedad que migraba de ser agraria a industrializada, y ya no nos sirve en el actual entorno capitalista de bonanza, supone un reto también para los educadores. Son los docentes los que están “en las trincheras” librando la batalla de conciliar una tradición de traspaso de información unidireccional a seres humanos que desde corta edad poseen las habilidades y los recursos digitales para acceder a cualquier información, con tan solo un click, en segundos. En la mayoría de los planteles educativos se sigue el currículo autorizado por el Estado, que en el caso de los planteles oficiales es ley. Las escuelas privadas tienen la cierta libertad para encajar este currículo en la filosofía propia de su proyecto educativo, dando más cabida a modelos “alternativos” o a la implementación de algunas de sus herramientas.
“Estamos educando a los ciudadanos del siglo XXI con un sistema diseñado en el siglo XIX”.
Sir Ken Robinson, escritor y divulgador
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